¿Qué sería de Tokio Hotel sin la revolución hormonal de unos adolescentes desorientados? Estos últimos se buscan, experimentan demasiado poco y, a pesar de estar convencidos de lo contrario, sus gustos estéticos, impuestos por la televisión, la radio o revistas, dejan muchísimo que desear.
Confunden ‘rock’ con ‘sonido prefabricado’, ‘arte’ con ‘publicidad’ y se autodefinen equivocadamente como emos, sin embargo un movimiento de finales de los 80 que nada tiene que ver con la arrtificialidad de esas bandas que ellos escuchan, léase My Chemical Romance, Fall Out Boy, Paramore o los mismísimos Tokio Hotel.
Quizá esos jovenzuelos liderados por Bill Kaulitz, un vocalista andrógino de peinado insoportable, hayan vendido millones de copias por el mundo entero y recibido innumerables recompensas pero ¿desde cuándo es ello un criterio fiable a la hora de distinguir el bien del mal?

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